jueves, enero 27, 2005

Los invencibles miedos


"A veces tuve miedo a qué negarlo/ un miedo del que tenía que tragarme los aullidos/ no uno sino muchísimos miedos/ miedo de despreciarme de preferir morir de quedarme solo sin el mundo/ sin el mundo y sin huevos/ de terminar como un guiñapo/ es horrible tener tanto miedo pero más horrible es tener que tragarse los aullidos." Mario Bennedeti (En "Primavera con una esquina rota")
Hace un tiempo, en una epoca de búsqueda en el interior, por el exterior me topé con "Primavera con una esquina rota", y aparte de hallar una lectura deliciosa, hubo muchas invitaciones a la reflexión. Esta es una de ellas.
Ayer, vagando por los blogs, encontré una lectura acerca del miedo,
www.juliosalinas.blogspot.com, y todo fue retroceder en el tiempo y buscar lo hallado, retomarlo y compartirlo.
Creo que el miedo es una sombra que va con nosotros desde el principio hasta el fin de nuestros días. Que aparece en los momentos en que menos quisieramos, que nos atenaza y nos convierte en sus esclavos; sin embargo, lo vivimos y lo ocultamos, vamos por el mundo con la certeza de que es asunto liquidado y estamos tan lejos de haberlo logrado. Unos más, otros menos. Y vamos sonriendo para que nadie note el dolor que nos causa tragarnos los aullidos.

miércoles, enero 19, 2005

Intemporal

Estaba limpiando la casa cuando una voz dijo algo así como que había agua encharcada en el piso de la sala, escuché la voz cansada sin reconocerla, voltée la cabeza buscando su imagen y me pareció desconocida. Simultáneamente en mi memoria se activó la imagen de un joven a quien yo busqué incansablemente.
De pronto, aparecí en la casa de mi infancia, en el jardín, asomando la cabeza por la reja con la mano levantada diciendo adiós. Y esa voz que me avisaba del agua, era más jovial, podría decir entusiasmada, diciendo hasta mañana. La campana que hacía las veces de timbre estaba en el mismo lugar, esperando a ser tañida por el único visitante vespertino y eso sería hasta el siguiente día. Yo tengo entonces quince años, él dieciocho.
Prosigo con mis quehaceres, guardo la escoba y el trapeador, la voz reverbera en mi cerebro por un instante en el que pienso, ¿y tú quién eres y yo qué hago limpiando y compartiendo la casa contigo? Me miro las manos, las pecas de los años han empezado a aparecer, seguramente no tengo quince, ni sus canas son de dieciocho. Y me sigo preguntando, qué ha pasado en estos años, encharcados como el agua, qué sucedió desde aquel entonces que yo, hoy, aquí, no sé que hago.
Tal vez lo sigo buscando, tal vez lo encontré y lo perdí, tal vez estoy imaginando lo que sucederá dentro de algunos muchos años y sigo parada ahí, en la reja, diciendo adiós con la mano.

martes, enero 18, 2005

Caos

Parecía premier de película. No había lugar disponible para uno más. Llegué temprano a la oficina con toda la intención de hacer lo necesario para ganarme el pan de cada día, de poner al corriente los asuntos pendientes que se han desplegado para darme la bienvenida. Hice uso de algunas artimañas para poder situarme en un lugar donde tuviera un panorama general e iniciar. Entusiasmada prendí la computadora, abrí el correo electrónico, inicia el año, veremos qué tenemos por aquí. De pronto, una aluvión se deja caer en mi pantalla, uno, dos, tres, veintiocho, noventa y uno, ciento dos mensajes. El entusiasmo declina un poco.
Hace frío y la tarea será ardua por lo que me dispongo a preparar un café. Taza en mano regreso al escritorio. Ring, ring... apuro a contestar, -buenos días, feliz año, mis mejores deseos, ¿descansada?, si, claro, gracias, no es posible, por aquí debe estar el estado de cuenta... lo busco, abro sobres, saco papeles, abro cajones, saco papeles, no aparece, qué pasa, si quieres te devuelvo la llamada.
Estoy en problemas. Estaban aquí, los recogí al entrar, fue lo primero que abrí. No aparecen. Calma, no pasa nada, por aquí están. Nada. Desfilan ante mis ojos papeles multicolores, vestidos de fiesta, brillantes y burlones, todos ellos producto de los mercadólogos que parece no tuvieron vacaciones. Los tomó entre mis manos, uno a uno y los deslizo al otro lado del escritorio, tal vez me anime a suscribirme a esa revista, o cambie de modelo de auto, o decida planear las próximas vacaciones. Los sobres siguen a mi izquierda, sobre la bandeja, violentados al abrirlos. Los papeles blancos tamaño carta, oficio o carta personal esperan su turno para recibir de mis manos el tibio saludo de año nuevo.
Acudo al cesto de basura, tal vez, en un descuido, tiré los estados de cuenta. Nada. Encontré pedazos de hojas que mutilé con mis manos antes de lanzarme a la aventura de las vacaciones.
El teléfono de nuevo, bueno, feliz año, todo bien, gracias, ¿los puntos acumulados en su tarjeta?, claro, enseguida. Dejo la bocina un minuto, traigo un fólder con papeles, 96000 puntos, de nada, adiós. Las tareas programadas con recordatorio en mi computadora hacen su aparición. Escondo las ventanas. Ring, ring, ¿los contratos? sí, ya están listos, ¿un e-mail? Ahora lo checo, si enseguida, yo le llamo. Abro la ventana de correo.
Aviento los sobres al cesto de basura, ya no sirven. Tocan a la puerta, me levanto para abrir. El cartero, oh no, más sobres impecables. Regreso y los deposito en otra charola. Con desconcierto observo que los papeles han cambiado de lugar, los sobres volvieron al escritorio, los papeles multicolores están danzando entre esos otros, elegantes, de blanco con detalles en negro. Las plumas desfilan sobre ellos dejando su huella como muestra de su afecto. La engrapadora trabaja febrilmente como casamentera haciendo uniones; el abrecartas se entretiene rompiendo sobres; el quita grapas deshace uniones antiguas; el mouse cierra las ventanas de recordatorios y ha marcado los mensajes como leídos; la máquina de hacer etiquetas desliza la cinta con rapidez; el fax arroja papeles como vómito, compitiendo con la impresora que hace lo propio.
No puedo dar crédito a lo que sucede. Me alejo, salgo a la terraza, respiro profundo, miro las plantas y me entretengo en quitar las hojas secas, ¡oh no, más hojas!. Al cabo de diez minutos regreso al escritorio, la actividad ha cesado. Empiezo a ordenar nuevamente. Me encuentro con sorpresa que las citas de mi agenda han sido cambiadas, la pluma roja fue la responsable, la delata el color de la tinta. Quiero pedir ayuda, debo estar volviéndome loca, busco el teléfono del psiquiatra, marco y me contestan en la papelería.
Cierro los ojos, respiro profundo, trato de relajarme, siento que algo está corriendo por mis piernas, brazos, manos, trato de moverme, no puedo, abro los ojos, el diurex me recorre y me ata a la silla. Las tijeras se han ido lejos, están sonrientes a varios metros de distancia. Esto va más allá de toda paciencia, me zafo con fuerza, busco mis llaves, ¿Mis llaves? ahí, sepultadas bajo nívea capa que cubre mi escritorio. Será mejor volver mañana, por hoy ha sido suficiente ajetreo.


miércoles, enero 05, 2005

Estado de resultados 2004



"La Libertad es como la mañana. Hay quienes esperan dormidos a que llegue, pero hay quienes se desvelan y caminan la noche para alcanzarla." Supmarcos

Al finalizar un ciclo nos entra la gana de recapitular y reconocer nuestros aciertos, errores y omisiones. No escapo a esta costumbre y por tanto desde inicios del mes de diciembre quise escribir un inventario del año, ganancias, pérdidas, balances y estado de resultados. Sin embargo, la época se prestó a realizar muchas más actividades y no me di el tiempo para lograr mi objetivo, en los términos que tenía planeado, lo que no impidió que si hiciera un inventario pero sobre la marcha de los días, de las horas y de las circunstancias. El balance resultó positivo.
La vida se acuña de cotidianidades, de hechos simples y tal vez comunes, y hoy por hoy estoy convencida de que vivimos sometidos a reglamentos desde nuestro nacimiento, las horas de comida, las horas de dormir, incluso hay bebés que tienen horario para el "gymbore". Así, empiezan y nunca terminan. Primero son los padres, abuelos, hermanos, después se suman los maestros, el vecino, la familia de los amigos, hasta el infinito, la sociedad completa se asocia en endosarnos un grueso compendio de reglas para vivir. De inicio nos enseñan que hay bueno y malo, y que este último concepto no es agradable a los ojos de la mayoría, por muy gratificante que nos resulte (aun no logro discernir qué es bueno y qué es malo, creo que son cuestiones de percepción). Y de ahí se siguen los calificativos a toda conducta humana, medidos siempre desde el punto de vista social (incluyo aquí el religioso).
No quiero confundir las reglas con los valores, que desde mi punto de vista son diferentes, los aprendemos y adaptamos a nuestra propia condición, los llevamos dentro y salen a relucir en los momentos necesarios. Cada quien se forma su propio código ético y actúa en consecuencia.
Siguiendo con el asunto de las reglas, hace no mucho tiempo, decidí formar mi propio reglamento de vida, bajo mis principios y acudiendo a mis valores; tomé algunas de las que conocía, otras las deseché y otras más fueron modificadas para llenar las expectativas de mi plan de vida. No fue fácil, me encontré con la crítica aguda de muchas personas cercanas que auguraban un mal fin a este experimento. Mi familia se sintió poco amada, finalmente los estaba retando contrariando las tradiciones imperantes desde los tiempos de la tatarabuela.
Aspecté mis horarios y constelaciones con los demás miembros de la sociedad con quien convivo, siguiendo el plan que marqué. Me olvidé de la dieta, agregué azúcar por montones, dejé de fijarme en el qué dirán y las buenas costumbres clasemedieras. Conocí otras personas, viajé por mis fantasías, salí al mundo y entré en contacto con él, me puse nombres extraños, saqué de mi clóset las cosas que nunca usé, dejé de ajustar el despertador, olvidé la manía de la limpieza extrema, aflojé el alma para dejarla fluir libremente, pinté mi existencia de blanco, como fondo para deslizar todos los colores imaginables, con combinaciones exóticas. Podrían pensar que mi existir se convirtió en un caos, pero no fue así, comencé a encontrar el camino a la paz interior que había buscado infructuosamente en todos los centros comerciales de la ciudad, en la temporada de primavera-verano y la de otoño-invierno.
Y fue entonces que, tratando de escribir el inventario extemporáneo (ya estamos en el nuevo año), sentada ante el escritorio, mis ojos se volvieron a un cuadro donde está escrita la idea del Supmarcos acerca de la libertad. Pensé en los principios de su revolución ideológica y en el trabajo que pasan miles de seres humanos para obtener libertad. Es por eso que concluyo que el balance del año que terminó es un avance en el camino por alcanzarla, creo que ya estoy percibiendo su preciada fragancia.
Agradezco a todos los seres humanos que me rodean su paciencia y entendimiento, en la realización de este hechizo para la libertad, espero poder ofrecerles los beneficios de vivir a mi aire, condición que per si me hace feliz.




Observante

Obsesiva la mirada la agudeza del oído la mucosa que percibe y el silencio de mis labios todo esto me describe, ...