miércoles, febrero 11, 2009

Los orificios II Desconcierto

Escrito en el año 2007. Continuación de la publicación Los Orificios (Simulacro de un cuento del año 2005).


¡Caray! Por más que pienso y repienso no logro recordar qué hice mal.
Yo estaba en la rueda de la fortuna, colocada en la cima, levantando los brazos y dando gritos de alegría, incluso había momentos en que los que me veía tratando de levantarme del asiento para demostrar mi júbilo. Y ahora, señor, qué pasó, no entiendo. Porque de pronto, la rueda de la fortuna se desdibujó, no había tal, sólo persistía yo en el aire, levantando los brazos y dando gritos de dolor, conmocionada al darme cuenta que la estructura del juego de feria había desaparecido y que a pesar de levantar los brazos, mi ser completo iba cayendo rápidamente. No era la fuerza de la gravedad la que me conducía al choque inevitable contra una dureza indescriptible. Era la desilusión, el desamparo, y el choque era contra la realidad.
Señor, tantos intentos y sigo sin lograr un final de juego con una puntuación honrosa a mi favor. Estos últimos días creí, en vano ahora lo veo, que el destino tomaba el rumbo que yo anhelo. Juraría que ya casi llegaba el brillo del amor verdadero a sus pupilas. Pero no, me equivoqué. Ahora que trato de buscar una respuesta creo que el destino se ensaña conmigo y que me hace ser cada vez más vulnerable a estos desatinos de la fortuna. Quizá es por eso su enojo, al principio en grito, después en respuestas desazonadas y por último con su pomposa indiferencia. Y como consecuencia de su enojo e indiferencia me caigo nuevamente y quedo revestida de otra capa de vulnerabilidad. Quizá esas capas sean lo que me aleja de usted y de todo lo que usted significa para mí. En ese caso estoy enredada en un cuento de esos “de nunca acabar”.
Ayer aun me sentí llena de energía y tenía mil planes para los próximos días, pero hoy los veo lejanos, imposibles, no puedo moverme, la caída ha arruinado todos mis esquemas. Mi cuerpo se siente falto de aliento, de gusto por la vida. Respiro trabajosamente.
Esta madrugada, abrí los ojos a mi realidad, y lo vi a usted durmiendo, descansando, lejos de mí, dándome la espalda. No pude evitar llorar en silencio. Al llanto se ha sumado el fluido de los orificios, creí que se estaban sanando pero hoy se han esforzado en que yo ponga los pies en la tierra nuevamente. Usted tan sólo ha vuelto al jueguito ese en el que yo no puedo ganar.
Pero lo que me causa el más grande desconcierto es que usted permanece ahí, no se va aunque se nota que no quiere estar y le hago sufrir desatinos con esta obsesión compulsiva que me aqueja. ¿Será acaso que siente usted lástima de mi o de usted mismo? Me pregunto tantas cosas y no me doy respuestas porque tengo miedo, ¿sabe? Mucho miedo de darme cuenta de que el sufrimiento que siento con su desprecio es vital en mi existencia, o tal vez miedo de que usted sea el mismisimo caudal de sangre que me circula por las venas y se sale por los orificios, o tal vez usted sea en mi vida no el que hace los orificios sino el que los llena de desprecio. No sé, tal vez, quizá…

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